Episodio 186
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Novela
Hermana, en esta vida yo soy la reina.
Episodio 186: Codicia.
Todas las damas en
el salón de baile miraron a Isabella con asombro. Era obvio que se dirigía
hacia el duque César. Incluso si se interpretaba de la mejor manera, Isabella
se dirigía a la pista de baile sin pareja, una pista a la que se suponía que
debía ir acompañada.
En la sociedad de
San Carlo, una dama no podía pedirle a un caballero que bailara primero.
También era una gran falta de respeto que alguien de menor estatus hablara
primero con alguien de mayor estatus. Isabella de Mare no era ajena a la
etiqueta social, entonces, ¿qué estaba pensando al hacer eso?
Isabella caminó con
ligereza hacia el centro del salón de baile donde estaba el duque César, con
una sonrisa radiante como una flor. César también notó el acercamiento de
Isabella, quien vestía un elegante vestido verde azulado.
Era imposible no
notarla. Isabella, con el collar de oro con topacios verde azulados
entrelazados como una red, una reliquia de Lucrecia, y su hermoso cabello rubio
trenzado en alto, era esculturalmente perfecta.
Era tan perfecta que
se podría creer que era una escultura decorativa de cualquier lujoso del palacio.
Las miradas del
duque César e Isabella de Mare,i se encontraron. Ella sonrió de manera
encantadora, como si una fruta jugosa explotara. En ese momento, un hermoso
pañuelo blanco de lino cayó de su mano.
Una sonrisa también
apareció en los labios del duque César. Pero era una sonrisa ligeramente
diferente a la de Isabella.
— ‘Qué técnica tan
clásica.’
Es una acción que no
se puede hacer a menos que uno esté lleno de confianza en sí mismo. La
confianza de una joven mimada que solo ha recibido amor emanaba de ella.
César sintió un
impulso cruel de pisotear el orgullo de esa ingenua joven con la punta de su
pie. Y eso, frente a todos.
Si fuera rechazada
cruelmente frente a la gente, ¿lloraría esa doncella como un capullo de rosa
floreciendo? ¿Mostraría irá? Las comisuras de sus labios se curvaron por sí
solas.
— ‘Pero soy un
caballero.’
Si ignorara a una
dama que se comporta así, no sería un hombre. César se inclinó lentamente y
recogió el pañuelo de lino. Exclamaciones de asombro surgieron esporádicamente
de los invitados sentados en las mesas.
— “Creo que se le ha
caído esto.”
Ante las primeras
palabras del duque Pisano, el rostro de Isabella mostró una alegría y un
orgullo inconfundibles. Aunque era obvio lo que estaba pensando, lo lindo era
lindo.
— “Gracias, duque César.”
Era una voz dulce
como el canto de un ruiseñor. Isabella fijó sus ojos violetas intensamente en
los ojos azules de César y, con una sonrisa en los ojos, añadió:
— “Felicidades por
ascender al ducado de Pisano.”
— “Gracias.”
Él solo respondió
con una monosílaba, sin darle a Isabella la reacción que ella deseaba. La
ansiedad no era su estilo. Isabella decidió preguntar con audacia:
— “¿No me pedirá el
primer baile? Todos nos están mirando.”
Ante sus palabras, César
inclinó la cabeza.
— “Señorita de Mare.”
— “¿Sí?”
Los ojos de Isabella
brillaron con expectación.
— “Creo que le he
salvado el honor lo suficiente.”
La gente seguía
observándolos, pero el sonido de su conversación no se filtraba al exterior
gracias a la melodía de la orquesta. Gracias a eso, Isabella pudo levantar la
voz con indignación.
— “¿Qué dijo?”
— “Si le recogí el
pañuelo, ¿qué más espera de mí?”
La pregunta de César
fue tan directa que incluso Isabella, que tenía nervios de acero, se sonrojó.
— “¡Su Excelencia el
Duque!”
La indignación de
Isabella comenzó a irritar un poco a César. Concederle un favor por ser linda
solo se hace una vez.
En su campo de
visión, apareció una dama con un vestido rosa sentada a lo lejos.
Si Isabella, que
estaba justo delante de él, era un capullo de flor cubierto de rocío a punto de
abrirse, la dama del vestido rojo, a pesar de su corta edad, tenía algo que
atraía la mirada como una reina de las rosas en plena floración.
Una vez más, una
sonrisa se dibujó en los labios de César. Se le había ocurrido una idea que
mataba dos pájaros de un tiro.
Extendió su mano
derecha hacia Isabella. Ella, pensando que César le estaba pidiendo un baile,
se alegró y colocó su mano izquierda sobre la mano derecha de César.
— “Oh habido un
malentendido.”
En lugar de tomar su
mano y salir a la pista de baile, él levantó su mano izquierda extendida y besó
el dorso de su mano. La mano para un beso en el dorso es la derecha. Dejando a
Isabella, que estaba avergonzada por el beso en el dorso de la mano equivocada,
César continuó con suavidad:
— “Fue un honor
hablar con usted, señorita Isabella de Mare.”
El rostro de
Isabella, que intuyó su destino, se tiñó de un rojo intenso por la vergüenza.
— “Entonces, me
retiro.”
El duque Pisano se
alejó tranquilamente del lado de Isabella.
****
Isabella se puso
roja de vergüenza y azul de ira. Fue un fracaso total en el control de sus
expresiones. Se mordió los labios por la sensación de derrota.
Todos parecían
mirarla solo a ella. Y eso no era solo una sensación de Isabella, sino una
realidad objetiva.
— “¿Acaba
de ser rechazada?”
— “Dios
mío, si eso me pasara a mí, no podría dormir por la noche.”
— “Isabella
de Mare, pensé que había corregido sus modales, pero sigue igual.”
— “El
perro vuelve a sus vómitos.”
Isabella quería
morir. Incluso entre las personas que la miraban y cuchicheaban a lo lejos, se
encontraban el conde y la condesa Balzo.
La condesa Balzo,
que se veía a lo lejos, tenía una expresión fruncida y le susurraba algo a su
esposo sentado a su lado. ¿Sería una suerte que la baronesa Loredan no pudiera
asistir debido a su estatus?
En la visión de la
desolada Isabella, apareció la espalda de César, que caminaba tranquilamente.
Él siguió exactamente la misma trayectoria por la que Isabella se le había
acercado. El lugar al que llegó era la mesa donde ella estaba sentada
originalmente.
En esa mesa, donde
ahora había un asiento vacío, estaba sentada su hermanastra con un vestido de
color rosa intenso, y César le extendió la mano derecha.
— “Señorita, ¿me
concedería el honor del primer baile?”
Isabella, con un
chasquido, arrugó el abanico que tenía en la mano.
****
Ariadne de Mare
levantó la vista hacia el dueño de la mano. Sus ojos verdes estaban fríos y
serenos.
— “Es un honor que
me ofrezca el primer baile. Pero no me siento muy bien.”
El hombre, renacido
como el duque Pisano César de Carlo, se sintió como si le hubieran echado agua
fría. En un momento en que sentía que lo tenía todo, recibió un rechazo
completamente inesperado. Levantó las cejas y preguntó:
— “¿Qué le pasa, señorita?”
Ariadne respondió
con calma, pero sin dudar:
— “Estoy un poco
mareada.”
Era cierto.
Pero César no ocultó
su mirada de sospecha.
— “Mi señorita
debutante. Yo estuve con usted en su primer baile.”
Ariadne, que iba a
refutar, se tragó las palabras. Era cierto que había bailado su primer baile
con César. Tanto en esta vida como en la anterior. Nunca había sido diferente.
Su primer baile en sociedad siempre había sido con César.
— “Aunque esté un
poco mareada, ¿no confiaría en mí y se abandonaría? Yo puedo cuidarla, incluso
si usted no hace nada.”
Justo cuando Ariadne
iba a responder algo, la orquesta terminó de tocar la pieza de apertura y
comenzó a tocar la primera pieza de baile.
- ¡Tan, tararán, tantán!
César no esperó la
respuesta de Ariadne, tomó su mano y la atrajo hacia sí. Ariadne se dejó caer
en los brazos de César, al mismo tiempo que la última nota del primer compás
resonaba con fuerza.
Él se inclinó y le
susurró al oído, que estaba cerca:
— “Solo confía en mí
y sígueme.”
Qué susurro tan
increíble, ‘solo confía en mí’, de parte del hombre menos confiable del mundo.
Con su primer
movimiento, el resto de los hombres y mujeres que esperaban alrededor de la
pista de baile se agolparon y comenzaron a bailar el vals.
Ariadne no tuvo más
remedio que seguir a César y empezar a dar pasos.
— “Dijiste que
estabas mareada, pero lo haces bien, ¿no?”
— “Hago todo bien.”
Ariadne respondió
con agudeza. Era una respuesta defensiva. Tan pronto como pronunció las
palabras, se sintió avergonzada.
¿Qué significa que
hace todo bien? Había arruinado el derecho de Alfonso a la sucesión al trono.
Solo si César permanecía como un hijo ilegítimo, ella podría mantener una
posición ventajosa.
En su vida anterior,
César no solo no había sido reconocido por el rey, sino que era solo un
margrave con las tierras de Pisano. Ahora, además del derecho de sucesión
formal, Es casi como si fuera el duque de Pisano.
— ‘¡Si su título
hubiera sido un poco más alto, habría sido el Gran Duque del Norte!’
Ella trató de decir
algo sin sentido para consolarse, pero no le sirvió de mucho.
— “Sí, haces todo
bien. Lo sé.”
Fue César, que
estaba justo delante de ella, quien soltó una palabra inesperada. César no era
el tipo de hombre que reconocía a su mujer. Ariadne dio un gran giro y se
acercó a él, frunciendo el ceño con recelo.
— “Esas no son
palabras propias de un duque.”
¿No era César de
Como en su vida anterior, el tipo de hombre que, a pesar de haber obtenido
todos los beneficios posibles gracias al ingenio de Ariadne, seguía diciendo
cosas como ‘tu perspicacia militar es insignificante’ o ‘por qué te entrometes’?
César tenía algunas
partes que seguían siendo las mismas y otras que parecían diferentes. Como
siempre, en lugar de responder al ataque de Ariadne, contraatacó.
— “Mi señorita
debutante sigue sin cumplir su promesa.”
— “¿Qué promesa?”
No le he prometido
nada a ese hombre. Ariadne frunció el ceño. El duque César se rio entre
dientes, como si le gustara su rostro fruncido.
— “El nombre.
Dijimos que nos llamaríamos por nuestros nombres.”
— “Ah.”
Ariadne negó con la
cabeza.
— “Todavía estás
obsesionado.”
— “¿Obsesión? Solo
es el deseo de reclamar lo que es mío.”
Dio un paso atrás y
luego volvió a acercarse, susurrando.
— “Estoy muy
obsesionado con lo que me corresponde por derecho.”
Acababa de regresar
con vida de las garras de León III. César estaba más que emocionado por el
viaje para inspeccionar el territorio de Pisano.
Por fin, se libraría
del control de su padre y tendría ‘algo propio’. A diferencia del territorio de
Como, que solo recaudaba impuestos para el rey, el ducado de Pisano era una
verdadera autonomía que podía tener su propio ejército.
— “Solo me causa
problemas y quiere quedarse con todo lo bueno.”
Ariadne respondió
con frialdad. César fingió sorpresa.
— “¿Yo? ¿Te he
causado problemas?”
Si no hubieran
estado bailando, habría agitado las manos. Ariadne pensó que César parecía de
muy buen humor hoy.
Era la sensación que
daba cuando usaba toda su energía para ser sociable. Aunque había visto mucho
esta faceta suya, rara vez había sido ella el objeto de su coqueteo. Era una
sensación de cambio generacional.
— “¡Cómo iba a
causarte problemas! Ni con una espada en el cuello haría algo así.”
Ante la negación de César,
Ariadne señaló con la barbilla el otro extremo de la pista de baile. En esa
dirección, una hermosa dama rubia con un vestido turquesa estaba apoyada en la
pared con una expresión que maldecía a todos los seres vivos del mundo.
— “Por su culpa,
ahora tendré grandes problemas cuando llegue a casa. No podré sentarme
tranquilamente a la mesa del desayuno mañana.”
César sonrió al ver
a Isabella al final de la mirada de Ariadne. Su sonrisa era tan refrescante que
Ariadne miró de reojo el perfil de César.
— “Esa
insignificante puede arreglárselas sola. ¿De qué tienes miedo?”
Dio un paso y la
miró fijamente a la cara.
— “Mi señorita
debutante es secretamente un poco tímida. No lo parece.”
Ariadne negó con la
cabeza. Dijo honestamente lo que pensaba.
— “Hombre
irresponsable.”
— “¿Quieres que me
haga responsable?”
El duque César se
animó. Añadió con alegría.
— “Ya me rechazaron
una propuesta de matrimonio. ¿Me permites un segundo intento?”
Ariadne chasqueó la
lengua para sus adentros. Está emocionado por el título, muy emocionado.
Afortunadamente, la
música casi terminaba. Solo quedaba el último giro. Ariadne dio un gran paso,
se alejó y luego adoptó una pose final pegada al duque César. Cuando ella se
acercó voluntariamente, sintió que César se tensaba. Después de tanto jugar,
¿por qué ahora fingía ser un caballero perfecto?
Ella le susurró al
oído.
— “Felicidades por
su ducado. Pero busque a su duquesa en otro lugar.”



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